Confieso que es todo un peligro que escriba sobre un derecho. Hace unos meses lo hice y la vida se encargó de hacer un comentario. En la capital de mi país, el Distrito Federal, se evaluaba dejar de considerarse el aborto como delito. Había todo un alboroto y por supuesto posturas radicales. Desde quien alegaba ser dueña de su cuerpo hasta los que decían que por ninguna razón ¡ninguna! Se debe permitir.
Desde mi lupa de salud pública, opiné. Me declaré a favor, con el argumento de que miles de mujeres estaban muriendo por realizarse abortos sin higiene y cuidados médicos necesarios. Lo dije así: por violación o por cuestiones de salud de la mujer o del bebé. Y que aún despenalizado el aborto, la decisión la tiene la mujer
Escribía esto mientras se declaraba que el aborto en esta ciudad no sería más un delito, con ciertas restricciones, claro. Entonces, “los otros” dijeron que con ello se promovía el aborto, que más mujeres lo realizaría. Me pareció absurdo y no duré mucho tiempo procesándolo cuando recibo tres importantes email de personas cercanas a mi, dandome argumentos en contra del aborto.
Estuve de acuerdo en cada uno de ellos. Desde el que Dios no dio la vida y solo El la debe quitar, hasta el bebé es un ser indefenso, sin culpa de nada y por tanto con derecho a vivir. ¡Por supuesto! Respondí. Mi opinión fue como propuesta de una adecuada política pública ante un problema de salud que enfrenta nuestro país. Y no lo pensé dos veces en aclarar, ¡yo nunca lo haría!. Eso fue en abril pasado.
En medio de mi más eficaz tratamiento contra el dolor que he tenido, que si bien no lo elimina, me permite tener una mejor calidad de vida, me embaracé. Mi esposo y yo sabíamos que eso no debía suceder, mis medicamentos se contraindican en el embarazo. Ante la noticia me pasmé de miedo, ¿qué tanto había dañado al bebé esas primeras semanas con la medicina? De inmediato deje de tomar todas.
Consulté a mi ginecólogo y a mi neurocirujano en México, y estuvieron de acuerdo en ello. Los siguientes dos días los viví entre constantes olas de calor y de frío intenso, de problemas de estómago y de una ansiedad limitada a no correr, por el dolor que también empezaba a ser intenso. Visitando a nuestro médico acá en Inglaterra consideró que era más riesgoso para mi y mi bebé, estar sin dos medicamentos importantes en mi tratamiento, Neurontin y Cymbalta. Claro! Esto sería temporal, en algún momento debían desaparecer también
Lo que si consideraron peligro, y no retornable, fue el Tradol, el cual me cambiaron por un medicamento con paracetamol. De inmediato me sentí mejor al volver a tomar la otra medicina, aunque de dolor no hubo mejora. Me recomendaron reposo y aquello se volvió el círculo vicioso del dolor, no actividad física, contractura, lo cual significa más dolor, y este da más estrés y al estar estresada los músculos se contracturan y hay más dolor, etc.
Platico lo técnico, porque lo personal, solo se puede resumir en decir que yo estaba maravillada con tener otra vida en mí, con que se pareciera en carácter a su papá, en comer adecuadamente para que el creciera bien. Mientras, mi cuerpo empezaba a tener diferentes habilidades. Podía sentir cada vértebra, como rozaban los discos e imaginaba los músculos irritados. Solo Dios me daba la fuerza para hacer lo mío (cuidar a mi bebe) y tratar de ignorar mi espalda.
Regresé 2 veces más con el doctor para decirle que el dolor era muy intenso y que sentía estar muy cansada de tenerlo. Debía haber ¡algo! Para disminuirlo. Y aunque desde la primera consulta lo había mencionado, puso sobre la mesa la opción de terminar con el embarazo. Dijo que era una situación muy difícil por un lado el bebé, que todos queríamos que llegara sano y, por otro, mi estado de salud. Como opción me remitió a un médico especialista en dolor, tenía que ser privado pues el tiempo era muy importante.
Recordé lo que había escrito, lo que había respondido ¡yo nunca lo haría! Sin embargo ahora, a solas, mi esposo y yo lo platicábamos. Y confié mi situación a mi hermana y a una buena amiga. Seguramente las ponía en aprietos con mis rabietas, con todas las ideas que venían a atacarme:
- Sino lo defiendo yo que soy su mamá, ¿quien lo va a defender?
- Me sentiría mal en decidir por mí ¡la grandota decidiéndose por ella, en lugar de por el chiquito.
- ¡Dios me envió un regalo! ¿Como puedo pensar en devolvérselo?
- Si fuera mi vida o la de él decidiría la de él, ¿pero como podría el vivir si yo ya no resisto estar así?
- ¿Te acuerdas de los videos que nos pasaban las monjas en la prepa?
Ellas me acompañaron y nunca dijeron lo que debería de hacer o no hacer, solo hablaban de mi, de Dios, de mi con Dios y escuché lo que fue la puerta al camino de la paz: Decidas lo que decidas Dios estará contigo, el siempre te abrazará. Y lo pude ver literalmente, yo sentada en el regazo de Dios, poniendo todo lo que soy en sus manos, y por supuesto poniendo a mi bebé ahí también.
…CONTINUARÁ...